martes, 22 de mayo de 2018

Robar no es hurtar







 Me llama su hermano. Me pregunta dónde está Pame y, la verdad, yo me pregunto lo mismo. Nadie la vio. Acá no, le digo. Y vos, ¿dónde estás?, me pregunta. Le corto. Mierda. ¿No le había avisado yo a ella? Seguro le boqueó a la vieja, que le avisó al papá, que le avisó al hermano. ¿No se lo había dicho? Mierda. Siempre se mete en quilombos. Es tremenda. Pero es tan linda, la rubia. Te amo, mi vida. Y yo no puedo decir nada, qué voy a decir. La humildad te da eso: códigos, o miedo, no sé.
  Para la familia, yo soy el que le compra la frula nada más. Se hacen los boludos. Se piensan que no sé nada de las que se mandan ellos.
  La primera vez que la conocí fue en el club. Yo ya no jugaba, pero había ido con unos amigos del barrio, para arreglar un laburo. Ella le enseñaba a bailar murga a los chicos, les regalaba cosas, se franeleaba con los amigos del papá para sacarles guita. Me dijo que le gustaba ayudar acá y allá, donde pudiera. Quería hacer un comedor. El padre no le da bolilla a la pobre, pero algunas cosas le consiguió. Es terca también, la rubia. Te hace unas caritas que te fulminan. Y, con el tiempo, nos encariñamos.
  Después me enteré de que el viejo era milico retirado. El hermano estaba en la comisaria, haciéndose el soldadito.
  Nos terminamos prometiendo que nos iban a pasar cosas buenas.
  Su hermano me hizo entrar en el Estado, en la Dirección de Tránsito. Yo quería la prefectura, para hacer algo de guitarra y después conseguir algo más seguro. Pero empecé ahí y, después, me sacaron, me pusieron de cobani. Ahora, pasé al curro de la seguridad privada.
  Trasca me di cuenta de lo fácil que es meterse en las casas, y de que la gente es boluda. No hay vuelta que darle.
  Ella quiso ayudarme, pero no la dejé. Quiere sentir la adrenalina, me dijo. Se piensa que es joda. No me perdonaría nunca si la llegaran a agarrar. La familia me colgaría de las pelotas. Ya bastante tuve el otro día cuando, entre cuchara y cuchara, de repente, la vi acurrucada en el piso, chupándose el dedo. Lo tuve que llamar al hermano; si no, se me muere ahí en el piso de una nomás. Desde ahí, la cabeza a veces se le va a la banquina, tiene lagunas. Y la familia ya me la tiene junada.
  Le dije que piense qué íbamos a hacer. Lo de las cosas buenas que nos prometimos. Yo quiero irme a Montevideo. Tengo amigos allá, todo legal, empezar de cero. Ella me dijo que sueña con irse a Barcelona.
  Por eso estoy acá: este es el último laburo; con esto, nos sacamos la lotería. Barcelona, Londres, la concha del mono, lo que quieras, mi amor. Lo corto al hermano, al papá, se van todos a la mierda. La mamá, no. Es buena, la pobre vieja. Hasta por ahí me la llevaría, para que cuide a los chicos más adelante. Es una estirada, pero es buena.
  Parece que el hermano se enteró y boqueó. Tengo que salir rápido.
  Empiezan a sonar las sirenas. Es joda. Qué dirían los pibes ahora si me llegaran a ver. ¿Qué hago? Tengo que mear, primero; después, pienso.
  Ya sé, ya está: salgo por el baño, el de servicio. Está por atrás de la casa.
  Las sirenas suenan cada vez más cerca.
  Todo por querer hacer las cosas bien. Qué hijos de puta.
  Y ahí la veo… entra por la ventana del baño.
  ¡Puta madre! ¡No podés ser tan pelotuda, Pame! ¿Nadie te dijo? No, no podés estar acá vos. ¿Hablaste con tu vieja? ¿Con tu papá, con tu hermano? ¿Quién boqueó?
  Se larga a llorar. Mierda.
  Tengo las sirenas atrás de la oreja.
  Ya no me importa nada.
  Que se caguen todos, que vengan, que me hagan lo que quieran.
  Que se venga el mundo abajo.
  Vení, abrazame, mi vida. Va a estar todo bien.
  Por favor. No llores, mi amor.




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